Y llega un momento en que te das cuenta de que todas las canciones hablan de lo mismo. Y es ridículo y esperanzador a la vez. Hay una especie de calma, de serenidad colectiva, de rabia furiosa y comprensible. Todo lo que sientes cuando entiendes que todas las canciones hablan siempre de lo mismo. Y no es amor. Y no es protesta. Y no es el drama del creador intentando expresarse. Y no es la banalidad de los cuerpos moviéndose al ritmo de un estribillo pegadizo.
No importa. Sólo sabes que deberíamos hacer algo para eliminar tanta falsa trascendencia. La belleza es el drama, la perfección de una palabra exacta, debía ser aquella, y no otra, aquella jodida palabra exacta que nunca habrías ido a buscar en el diccionario y es perfecta y es el drama y es la razón por la cual deberíamos hacer algo para explicarle a la gente que todas las canciones hablan siempre de lo mismo.
Callemos todos. Hagamos un poco de silencio. El drama real no tiene que ver con tu amante, ni con que nadie entienda tu desazón adolescente. ¿No te cansas de tantos filtros dorados distorsionando una realidad que a nadie le gusta? ¿Dónde miramos cuando hacemos fotografías de nuestra propia estupidez?
Cuando entiendes que todas las canciones hablan siempre de lo mismo te da igual si el artista es la persona que imaginaste que era o la banalización de un mito que nunca ha existido en realidad. Será sublime y será un miserable, será la cara amable que todos esperamos que sea o el idiota absoluto que intuyes entre sombras.
Nadie es quien dice ser, en realidad. Nadie es quien esperamos que sea. Pero cantamos, bailamos, escribimos, dibujamos como si nos fuera la vida. Porque seguramente mañana ya estaremos muertos.
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