Sylvia Plath (1932-1963) |
A veces pensamos en Sylvia y en la tristeza que provoca no poder atravesar los espejos que nos rodean. Nos pasaríamos el día atravesando espejos, dibujando espirales, abriendo todas las puertas hasta encontrar la metáfora exacta que neutralizaría por fin el dolor de las ausencias.
Todos hablan de la muerte de Sylvia. 30 años. Tristeza y frío en la casa donde vivió Yeats.
Todos los poemas de Sylvia habrán quedado atravesados en la garganta de una hada madrina anémica, incapaz de transformar la calabaza en carroza, la tristeza en esperanza, el dolor en calma. Hace un par de días Sylvia habría cumplido 80 años. ¿Habría escrito durante los últimos 50 años la fórmula perfecta para no morir de tristeza?
Pero no hablemos más de la muerte de Sylvia. Compremos un pastel, olvidemos el frío de Londres, dejemos que cualquiera de sus poemas marque el camino que lleva al centro del laberinto. Las velas guiarán la ruta de las metáforas. Sylvia sonreirá, siempre joven y bonita. Brillante y fugaz.
Una de esas noches en las que me pregunto si estoy viva o si alguna vez lo he estado ...
Sylvia Plath
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