Sorprendente día de sol y calor en Londres. El cielo azul, azulísimo, la ciudad abierta a todas las posibilidades. Lo primero que hay que hacer es ir a saludar a la Reina. A la Reina Victoria, se entiende. 2300 toneladas de mármol blanco rodeada de ángeles. Me la puedo imaginar leyendo uno de sus libros favoritos, Alice in Wonderland, mientras decidía vestir siempre de negro y no volver a bailar ni reír.
En San James s Park me persiguen pelícanos, ardillas, patos, urracas ... campos de margaritas junto al río, pájaros volando entre las ramas de un sauce, la hierba húmeda y verde, el silencio en medio de la ciudad, la calma y el aroma que precede a las apariciones de seres mágicos en los cuentos de hadas.
El objetivo es visitar a la dama de Shalott en la Tate Britain. Siempre que vengo a Londres intento ir a verla. Pasar por delante de la bellísima abadía de Westminster que empezó a construirse en el siglo XI y se terminó de reformar en el XIX. Llena de tumbas de reyes y de reinas pero también de poetas, músicos y artistas en general. Charles Dickens está enterrado aquí, en la Esquina de los Poetas donde también hay una placa para recordar a Shakespeare y a Oscar Wilde.
Al llegar a la Tate descubro apenada que han cambiado de lugar The Lady of Shalott, que ya no tiene pared propia sino que se encuentra rodeada de otras pinturas, cuesta de encontrar y la luz no facilita poder contemplarla con detalle. La pintó Waterhouse en 1888 y es de una belleza hipnótica. Elena, la Dama de Shalott, víctima de una maldición que la mantenía encerrada en una torre, obligada a mirar el mundo a través de un espejo y pasar el día cosiendo se enamora de Lancelot y cae en desgracia.
La vuelta al mundo real consiste en pasear por Charing Cross de librería en librería buscando el libro de Neil Gaiman The truth is a cave in the black mountains ilustrado por Eddie Campbell y sobre el que se basa el espectáculo que iré a ver el sábado próximo al Barbican Theatre. Lo termino comprando en Forbidden Planet, maravilloso templo de los culturalmente dispersos, entre figuritas del Doctor Who y cómics de Marvel.
Covent Garden me gusta más al atardecer, cuando cierran los puestos de los mercados que tan poco tienen ya que ver con My Fair Lady y llegan los músicos callejeros que siempre me sorprenden. Pero es la hora de comer y aprovecho para descansar antes de la hora del té.
La hora del té, señoras y señores, es la mejor del día. Sobre todo si incluye pasteles y la compañía de Anna, a quien hace dos años y medio que no veo desde que se fue a vivir a Suiza. Encontrarnos por casualidad en Londres, tomar el té, comer pasteles, charlar durante horas sin parar, pasear por el Soho hasta que se nos hace de noche. Abrazos y promesas de reencuentro. Londres es mágico en días así.
Hace calor. El Soho hierve de gente que come y bebe en las puertas de los locales, los colores de Chinatown, las luces de los teatros ...
Llegar a la residencia universitaria donde me alojo y desear que la noche de hoy sea más tranquila que la de ayer. Casi a las 2 de la madrugada saltaron las alarmas de incendio y nos desalojaron a todos, en pijama y en la calle. Asustados y medio dormidos por fin pudimos volver a nuestras camas.
Soñé con el 221b de Baker Street. Teníamos un caso por resolver y una tetera a punto de ebullición ...
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