Hago las maletas pensando en aquellos viajes decimonónicos de mis heroínas. Saber cuándo te irás pero no cuándo volverás... qué maravilla. Ni si volverás. Viajar a ciegas y en contra de todos.
Intento llevar sólo cosas útiles en la maleta pero no puedo evitar recordar a la genial Mary Kingsley (1862-1900) que viajó por África estudiando las tribus caníbales y descubriendo nuevas especies animales y que llevé con ella desde Cambridge su paraguas. Un día navegaba por un río del África Occidental y se encontró con un hipopótamo que quería volcar la barca. Sin saber qué hacer, cogió su paraguas y acarició al hipopótamo con él detrás de la oreja. El hipopótamo, sorprendido y extasiado, se fue tranquilamente sin tocar la barca.
Intento cargar cosas útiles en la maleta pero soy heredera moral de Mary Kingsley. No llegaré a los extremos de la intrépida May French Sheldon (1847-1936), experta exploradora en Kenia, que viajaba por África cargando con su bañera y sus platos de porcelana. Viajando en aviones low cost es difícil llevar la bañera encima... pero un paraguas por si me encuentro con un hipopótamo con falta de cariño quizás sí que me cabe...
Echo de menos mis veranos africanos. Como Lady Anne Blunt, la deliciosa nieta de Lord Byron e hija de la matemática Ada Byron de quien ya he hablado en alguna ocasión, vivo entre la añoranza caótica e inexplicable de El Cairo y la necesidad vital de perderme por las calles de Londres.
Me voy con una maleta llena de cosas útiles. Con el ánimo decimonónico de hacer grandes descubrimientos.
Ya os diré si me he encontrado un hipopótamo en mis rutas obsesivas entre Italia e Inglaterra.
O si acabo descubriendo nuevas pirámides a la orilla del Nilo.
O nuevas pastelerías en ciudades francesas.
O nuevos hipopótamos...
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