El pasado sábado bailamos al teatro de Vilanova. Muchísimas horas de trabajo, buscar vestuarios, recordar gestos, limpiar movimientos, asimilar músicas, ensayar las miradas, las paradas, las direcciones... Y después todo pasa tan rápido! a ritmo de danza oriental, de tango argentino, de flamenco, de todo un poco. Familia, amigos, alumnos... nuestro público. Y después, dos días repasando en mi cabeza mis errores: una diagonal de tango que no hice exactamente como tocaba, un paso fuera de lugar... Ayer analizábamos con nuestra profe y coreógrafa, genial, como ya sabéis. Me dijo que no tenía que dejar que el perfeccionismo me impidiera disfrutar del trabajo. Que no siempre equivocarse significa hacerlo mal. Que tenemos que aprender a fluir también en los errores e integrarlos dentro del movimiento.
Equivocarse no siempre significa hacerlo mal.
Mi coreo individual fue con esta canción:
Y el tango este:
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Esta noche he vuelto a soñar con filósofos griegos que discutían sobre los límites del alma a la orilla del Nilo. Me miraban pidiendo mi opinión, como esperando que apoyara todas sus teorías contradictorias. Son agotadores... Les he ofrecido unos caramelos de fresa y he hecho equilibrios sobre un alambre con la esperanza de que cuando volviera a mirarlos habrían entendido por fin donde están los auténticos límites del alma. El paisaje egipcio se mantiene inalterable sueño tras sueño, vida tras vida, siglo tras siglo. Ensanchando los límites de las almas.
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Una de las coreografías a ritmo de seguiriya que nos ha montado nuestra genial profe está hecha a partir de un poema mío de El cercle de les ànimes :
Si alguna vez pierdes tu fe en mí
sabrás que hemos llegado al final del camino, al final de este vacío.
Dibujaría un mapa mudo y me perdería por las calles de Babilonia
en busca de una planta mágica que te cure las heridas de la incredulidad.
Las mujeres no lloran pero yo ya he jugado mi vida
a una sola carta que todavía no me he atrevido a destapar.
El poema está encabezado con una cita del guatemalteco Rafael Arévalo Martinez:
Yo tuve el placer de arder, de llenar mí destino.
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