Hoy hace 70 años que se suicidó la triste y brillante Virginia Woolf dejándole a su marido una de aquellas cartas personales que me gusta coleccionar: Te debo toda la felicidad de mi vida. No creo que dos personas hubieran podido ser más felices de lo que hemos sido nosotros. Y después se lanzó al río con los bolsillos llenos de piedras. Feliz y desgraciada al mismo tiempo.
Esta idea de la felicidad me hace recordar otra pequeña joya de la también británica Eva Hume, una de aquellas mujeres que sentía haber nacido en una época que no le correspondía. Aventurera, rebelde, inconformista... Escribía, bailaba, viajaba, discutía, soñaba con vivir en países exóticos que tan de moda estaban en el siglo XIX... A finales de 1871, Eva se encontraba en El Cairo donde tenía que asistir al estreno de la ópera Aida acompañada por el hombre con quien su familia quería casarla. Pero ella estaba enamorada de un joven aspirante a poeta, Samuel Jones, con quien intercambiaba cartas, poemas, cuentos y aventuras diversas, para desesperación de la familia de Eva que hacía todo lo posible por separarlos.
Precisamente desde el Cairo escribe Eva y además de proporcionarnos algunas de las visiones del Egipto decimonónico más interesantes que he leído, le explica a Samuel cuánto lo echa de menos. Entre las descripciones de los encantadores de serpientes, de los mercados, de los aromas de la ciudad (no siempre agradables) hay una Eva desesperada por la distancia que la separa de Samuel.
Samuel, como es tu invierno lejos de mí? yo soy feliz y desgraciada al mismo tiempo. Feliz por ser testigo de las maravillas que esconde este país. Desgraciada porque quiero compartirlas contigo, sólo contigo. Y estoy todo el día rodeada de gente que me asfixia y que me obliga a comportarme como si fuéramos a tomar el té con la reina Victoria en persona. Qué aburrimiento! Samuel, cuánto te echo de menos! No puedo esperar tu respuesta. Quiero que estés aquí. O en cualquiera otro lugar. Pero que estés conmigo. No quiero que volvamos a enfadarnos. Escríbeme y explícame muchas cosas, todas las cosas que te han pasado en mi ausencia, todas las cosas que has pensado, que has imaginado. Echo de menos que me expliques tus sueños. Soy feliz y desgraciada, Samuel. Sabes cómo es mi invierno sin ti? No tengo ganas de escribir versos ahora. Sólo de verte y de que me digas que me echas de menos. El próximo viaje lo haremos juntos. No me casaré. Prepárate por el escándalo. Me dirás que me echas de menos? Me volverás a preguntar si soy feliz para que pueda contestarte que sólo si tú estás cerca? Hace dos días me asusté mucho porque pensaba que había perdido el collar que me regalaste. Me acuerdo de ti aunque no lo lleve puesto pero sentirlo cerca de mi corazón me tranquiliza cuando la realidad me asfixia. Ven conmigo y cambiemos la realidad. Sálvame de esta cárcel. Todavía no hemos encontrado la respuesta a todas nuestras preguntas.
Y efectivamente, Eva vivió su vida escandalosa y poética, al margen de todo lo que se esperaba de ella, sintiéndose feliz y desgraciada al mismo tiempo. No se casó con aquel hombre, le dio un disgusto de muerte a sus padres, le gustó muchísimo el estreno de Aida pero más le gustaban los encantadores de serpientes y las teterías de los callejones del Cairo, viajó con Samuel por medio mundo dedicándose a los trabajos más variados y curiosos. Y se amaron hasta el final.
Pero esta es otra historia...
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