Ya no nos llegan cartas. Y de amor mucho menos. Sólo facturas y mensajes electrónicos con la urgencia de la inmediatez.
Leer las cartas de otras personas tiene aquel punto extraño de voyeurismo, de meter la nariz en las vidas ajenas, como de puntillas, como si el autor de las cartas nos tuviera que pillar in fraganti, como deseando ser los destinatarios de las cartas que leemos en la intimidad del libro abierto. Da como un poco de vergüenza y todo.
Pessoa dijo en aquel magnífico poema que todas las cartas de amor son ridículas. Pero las que Pablo le enviaba a Matilde son, además, tiernas, urgentes, dramáticas, crueles, bellas, cotidianas, tranquilas, clandestinas, efervescentes, apasionadas, tristes, alegres, etéreas, terrenales.
La magnífica edición de Seix Barral reproduce la mala letra de Neruda, los dibujitos casi infantiles que añadía a sus palabras, la vida diaria del poeta amando a Matilde, primero desde la necesidad del amor secreto, clandestino y por lo tanto inflamado e inflamante. Más tarde, cuando la relación se hizo pública, las palabras calmadas y el sentimiento seguro e inconfundible.
Matilde era terrible contestando las cartas de amor de Pablo. Y él se desesperaba, te quiero, mí amor, no seas perra, espérame. Pero se cuidaban mutuamente. Sueño mío, adorada mía, sabes dónde vas? Vas hacia mí. Adonde vayas, andes, vueles, corres, vas andando, volando, corriendo hacia mí. Se cuidaron mientras viajaban por todo el mundo, buscando su lugar. Pablo le dio a Matilde la posibilidad de viajar, de conocer gente, de formar parte de su vida poética y cultural. Y Matilde le dio a Pablo la estabilidad y la disciplina que él necesitaba para escribir. Y le inspiró algunos del mejores versos de la literatura universal.
LA REINA
Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles
nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira
la alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas,
la alfombra que no existe.
Y cuando asomas
suenan todos los ríos
en mi cuerpo, sacuden
el cielo las campanas,
y un himno llena el mundo.
Sólo tú y yo,
sólo tú y yo, amor mío,
lo escuchamos.
Versos del Capitán. Pablo Neruda.
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